>LA NACION>Lifestyle30 de diciembre de 202402:5810 minutos de lectura’
Desde niña, Paola Renderos decía que iba a dar la vuelta al mundo. Pero ¿cómo lograrlo?, ella sabía que vivía en un rincón remoto de un país pequeño, `El pulgarcito de América´, supo que le decían a El Salvador, su lugar de nacimiento: “Es tan pequeño, que el poeta Roque Dalton escribió, `Los que nunca sabe nadie de dónde son´. Y es verdad”, observa Paola, mientras cuenta su historia.
Y también era verdad, que el sueño de Paola llegaba descabellado por tantas razones, que si pensaba en ellas ni valía la pena siquiera coquetear con intentarlo. Sin embargo, el día que alcanzó su independencia, supuso que tal vez podría empezar por ver qué había en su propia tierra, en definitiva, ese mundo sí lo podía recorrer, ¡con lo chico que era!
Fue así que la joven salió a descubrir su país hasta alcanzar sus límites, lo que la inspiró otro buen día a ver qué había más allá de las fronteras. El mundo sin dudas era vasto, pero haber visto su tierra le dio fuerzas para avanzar por Centroamérica: “No conforme, repetía que quería conocer el mundo”.
Con una superficie de poco más de 20 mil km2 y unos 6 millones de habitantes, El Salvador es conocida por sus playas en el océano Pacífico, los sitios de surf y el paisaje montañoso.El Salvador Travel
La vida continuó su curso, el mundo ordinario exigía sentar cabeza, alcanzar la tan aclamada “estabilidad”, aunque Paola sospechaba que esta palabra era relativa a lo que a cada ser humano le gusta adoptar como modo de vida.
Y entonces, allá por el 2016 y el 2017, aquello que muchos llaman destino quiso que la salvadoreña empezara a toparse con diversas personas con un punto en común, todos viajaban en bicicleta: “Comencé a recibir estos cicloviajeros en mi casa y les sacaba toda la información que me parecía necesaria, yo era una esponja que no dejaba de absorber todo cuanto me fuera posible”, revela.
Paola solía hacer montañismo en El Salvador y otros países de Centroamérica.
Entre bicicletas, charlas y huéspedes viajeros, aquel viejo deseo que Paola traía de niña regresó con fuerza para recordarle que ella tenía un sueño. Pocos años le restaban para tocar sus cuarenta, y a pesar de ya no ser esa muy joven viajera de antaño, sintió que era tiempo de honrar su esencia.
Para finales de 2019, Paola ya tenía decidido que en 2020 comenzaría su primer gran viaje en bicicleta, una travesía que consistía en ir desde El Salvador hasta la Argentina, pero mucho más que eso, ella anhelaba llegar al sur de los sures, ese lugar mágico con el que fantaseaba, llamado Ushuaia.
Paola, con biciviajeros que halló en su camino. Ella inició su viaje días antes de la declaración de la pandemia COVID-19, lo que trajo sus propios desafíos en el camino.
El viaje de Pao, como decidió bautizar a su proyecto, comenzó el 2 de marzo de 2020, tras vender todo lo que tenía dentro de la casa que alquilaba, y despedir a su familia y amigos, entre abrazos y un mar de lágrimas.
“Salí cuando la mañana aún estaba oscura y un miedo me invadió, recuerdo que, tras darle el último abrazo a mi mamá, salí y vomité todo, me preguntaba si volvería viva, si iba a estar bien, si realmente era la mejor decisión. Aquel miedo no me paralizó y decidí seguir adelante con un tipo de viaje que, para entonces, ninguna mujer había emprendido en ese pedacito de tierra llamado El Salvador”, relata Paola.
“La bicicleta se sentía diferente con todo el peso de mi vida y mis ideas en ella, pero no era difícil manejarla, ambas nos acostumbramos pronto. Mi primera noche fue en el patio de un hotel en donde un señor me dio permiso de acampar, la verdad es que dormí bien porque el cansancio era mucho”, continúa.
“Salí cuando la mañana aún estaba oscura y un miedo me invadió, recuerdo que, tras darle el último abrazo a mi mamá, salí y vomité todo, me preguntaba si volvería viva, si iba a estar bien, si realmente era la mejor decisión”.
“Y así siguieron los primeros días, entre pedaleadas, miradas de gente curiosa, pláticas y mucho preguntar dónde podía dormir. La comida era lo que se podía ir consiguiendo, mucha agua, acostumbrarme a comer más porque mi cuerpo lo pedía y necesitaba, sensaciones nuevas, pequeños triunfos al final del día”.
Por fortuna, Paola tenía experiencia en todo lo relacionado al camping. Hubo un tiempo en el que había sido aficionada al montañismo, lo que le obsequió varias herramientas fundamentales para la supervivencia.
Pasaron los días, las distancias, y para Paola cruzar su primera frontera fue maravilloso, sabía que al atravesar esa línea un mundo nuevo se abriría frente a ella. Otras culturas siempre soñadas pero nunca vistas aparecerían ante sus ojos para regalarle paisajes hasta entonces desconocidos, con sus nuevos sabores, olores, ritmos, pieles, acentos, modismos.
“¡Un mundo nuevo!”, continúa Paola. “Y así fue. Cada día mi bicicleta me hacía sentir más segura, pero tampoco era todo tan fácil, hubo días (y los sigue habiendo) en que las cuestas son más duras, el clima hostil, la gente indiferente, la comida fría, un pan duro, un calor infernal, un frío que penetra hasta los pensamientos”.
Sin dejarse paralizar por el miedo, una a una, Paola atravesó las fronteras de Centroamérica y Sudamérica.
Sin embargo, ni la naturaleza incontrolable ni los golpes en el camino lograron derribar a Paola, en especial porque justo ahí, cuando creía que ya había llegado a un límite, ocurría algo mágico, aparecían ese voces que le decían: `Vos podés, Pao´, `Estamos con vos´, `Te admiro mucho´. `Lo vas a lograr´.
“Estos mensajes comienzan a llenarme el pecho mientras las piernas arden y el peso se siente al triple, no me siento sola, no voy sola. Me acompaña parte de mi pequeño país, gente que se quedó allá y a la vez viene conmigo”.
Desde el inicio de su gran viaje, mientras atravesaba la frondosidad de Centroamérica o contemplaba el cielo que nos cobija a todos por igual, Paola reflexionó mucho acerca de su medio de transporte de dos ruedas. En el camino observó que muchos habían bautizado a su vehículo, ella, sin embargo, decidió llamarla simplemente Bicicleta, y no por ello la quería menos: “¡Es por eso que la quiero más!”, asegura.
Su aliada – llegó a la conclusión- había llegado a sus manos después de su propio viaje por el planeta, donde vivió otras aventuras hasta toparse con ella. De China había volado a Argentina, de allí llegó a México, luego partió hacia Panamá y tiempo después permaneció junto a Paola.
“Bicicleta es especial para viajes largos, es fuerte, tiene componentes buenos y aguantadores que, como ven, han venido de lejos y vamos lejos. Es más grande que yo, me queda alta pero nos hemos acomodado muy bien y ya no se nota tanto, no me da problemas graves, la cuido mucho y ella a mí”, describe Paola.
“Bicicleta es especial para viajes largos, es fuerte, tiene componentes buenos y aguantadores que, como ven, han venido de lejos y vamos lejos. Es más grande que yo, me queda alta pero nos hemos acomodado muy bien y ya no se nota tanto, no me da problemas graves, la cuido mucho y ella a mí”, describe Paola.
“Mi equipaje son cuatro alforjas, dos atrás y dos adelante, han soportado el agua, el lodo, la tierra, las piedras y lo de adentro va seco y seguro en todo sentido. En ellas llevo lo que creo necesario para cada día, a lo que más uso le doy es al `disfraz´ de ciclista, que es una licra con almohadilla, un short de secado rápido, siempre jersey manga larga, una bandana el cuello, calcetines, zapatillas, casco y guantes que jamás me faltan”.
Y así, Paola atravesó once países en los que nunca supo demasiado bien dónde y con quién terminaría su día. Aunque a veces sí lo sabía, gracias a la extensa comunidad viajera con quienes tejió una red de apoyo colmada de consejos y lugares recomendados donde parar. Asimismo, las aplicaciones especializadas facilitaron su travesía desde un comienzo, así como las personas que aparecieron en el camino, que tenían algún amigo o primo de aquí o de allá dispuestos a recibirla: “Así se va agrandando el hilo que teje el gran telar”.
Las aplicaciones especializadas facilitaron su travesía desde un comienzo, así como las personas que aparecieron en el camino, que tenían algún amigo o primo de aquí o de allá dispuestos a recibirla: “Así se va agrandando el hilo que teje el gran telar”.
“Y hablando de tejidos en el día a día, y cuando hay tiempo, tejo pulseras que voy vendiendo y así puedo sustentar el viaje”, cuenta. “También hago intercambios de trabajo o voluntariados que me permiten el descanso, que es muy necesario”.
El 1 de diciembre de 2024, tras casi cinco años de travesía, Paola llegó al anhelado país número doce: Argentina. De inmediato, sintió el abrazo cálido que recordaba de los argentinos, algo que necesitaba casi con urgencia.
Mientras hacía los trámites de migración -que demoraron- la emoción la desbordaba, no podía creer que por fin había alcanzado el país de su gran meta, aunque sabía que la travesía debía continuar hasta la fantaseada Ushuaia, el fin del mundo. Con su corazón en llamas por la muestra de cariño que recibió al tocar el norte argentino, Paola se paró frente al letrero de “Bienvenidos a Argentina” e hizo un video para su familia, donde le fue imposible contener las lágrimas: “Lloré de emoción, de felicidad, me sentía realizada”.
El 1 de diciembre de 2024, tras casi cinco años de travesía, Paola llegó al anhelado país número doce: Argentina.
Hoy, la mujer salvadoreña sigue con calma su gran viaje al extremo sur. Entre una pandemia, climas hostiles, amaneceres sublimes y risas para el recuerdo, atrás quedaron años de pedaleo colmados de luces y sombras. En el presente, con cada avance recuerda con orgullo a la niña que alguna vez fue, aquella con un sueño que parecía demasiado grande para una habitante de un país tan pequeño. `Los que nunca sabe nadie de dónde son´, escribió Dalton, sin embargo, al salir al magnífico mundo, Paola comprendió la capacidad maravillosa del ser humano de tejer redes, donde cada punto es esencial para crear una contención sólida, y donde tal vez no todos saben de dónde venimos ni quiénes somos, pero quienes sí lo saben son suficientes para que la travesía de la vida valga toda pena.
Y hoy más que nunca, Paola siente con fuerza su red. En el camino ella se detiene, disfruta, sonríe. Tiene amigos argentinos que la aguardan en cada puerto, lo que hace la travesía más especial.
“Ingresé por La Quiaca, avancé por Humahuaca, Tilcara, Purmamarca, pasé por muchos pueblos pequeños y acogedores hasta llegar a Salta por ruta Cornisa, hermosa y muy poco transitada. Me impacta como en estas zonas norteñas no hay vida entre dos de la tarde y seis de la tarde, todo cierra, y lo cierto es que no es muy chévere estar en la calle buscando algo para comer o hacer en esas horas detenidas”, cuenta Paola, quien hoy tiene 43 años.
En soledades majestuosas, Paola recorrió las rutas latinoamericanas.
“Pero me encanta la pasión con la que celebran los argentinos, hace unos días vi a unos egresados y todo el rito que ocurre y me fascinó su felicidad compartida con la gente que les acompaña y los que se van sumando aunque sean extraños. Y como me gusta mucho el fútbol espero poder ir a un partido para vivir esa cultura futbolera que siempre vi por la tele. Hasta ahora mi experiencia en Argentina es un diez”.
“Con mi aventura puedo decir que a esta altura he aprendido mucho pero es más lo que me falta por aprender, sigo sorprendiéndome con todo -bueno y malo- y estoy consciente del privilegio que tengo al poder elegir este estilo de vida. Cuando termine gran parte de Latinoamérica en bicicleta en algún momento volveré a casa a contar muchos cuentos, sin embargo, será un paréntesis. Ya me veo en otros continentes, mi próximo sueño es pedalear Europa y Asia”.
“¿Cómo se logrará? No lo sé, pero una certeza sí tengo, si estoy logrando esto, también podré con aquello. Ese sueño que tenía de niña sigue acompañándome ahora y es el que le va dando forma a todo. He comenzado a darle la vuelta al mundo en una maravillosa máquina impulsada una por la otra. El mundo es enorme, pero no tan enorme como para negárnoslo y para enterrarlo en un sueño que no podrá ser”.
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Publish date : 2024-12-29 16:58:00
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